27 abril 2022

Ya reposa en calma, en paz al fin; su sempiterna inquietud se remansa y se aquieta, aunque seguirá su generoso ímpetu palpitando entre nosotros; y continuará escribiendo incesantemente para cada uno de sus alumnos. Porque no nos dejará sin sus Zarabandas, cada vez que las releamos, las volverá a reescribir con el pulso y virtuosismo que le hicieron encontrar el camino más inefable de la libertad. Y sus escritos han de continuar exclamando con acento murciano las verdades de esta mundanal vida, y poniendo las cosas en su sitio, dejándolas claras de aquí a la eternidad.

Los sabores y sinsabores de la existencia efímera, los mil y un episodios de nuestra intrahistoria común dependen de su pluma, ahora tanto como antes. El adiós del maestro José García Martínez no nos puede privar de su voz, la más sui generis del periodismo murciano; porque su voz vibra en todos sus artículos, tan peculiares como geniales e independientes, inagotables e infinitos.

Jumillano y murciano por los cuatro costados, García Martínez es uno de los nombres señeros del periodismo regional. Fue subdirector de LA VERDAD y firmó durante casi 60 años, hasta hace sólo días, probablemente la columna periodística más longeva y lúcida de la prensa española. En ‘La Zarabanda’, dejó patente hasta el último momento su estilo, ingenioso e innovador, y su profunda y aguda mirada.

García Martínez ha marcado una época en el periodismo; ha escrito a tinta, sangre y fuego muchos de los capítulos de nuestra epopeya reciente, con su clarividencia característica, su sublime humor y su amor sincero. Amor al periodismo, amor a la verdad, amor a Murcia…

 Quiero humildemente unir mi voz a la suya incandescente, recogiendo, a continuación, algunas de sus apasionadas sentencias, vertidas en una de aquellas memorables Zarabandas que escribió para La Verdad hasta el postrer aliento de su vida. Hoy recuerdo con especial emoción La Zarabanda del sábado 21 de agosto del año pasado.  Se titulaba y se titula: “Para llorar…”

 Comenzaba de tan estremecedora manera: “Hasta mi ventana llega, en la calurosa noche, el olor a pescado muerto”. Y continuaba con desolada y arrebatadora tristeza: “–Estamos asesinando el Mar Menor que alegró nuestra infancia” (…) «Uno se pregunta con espanto por qué causa existe tan poca humanidad en las obras del hombre». –Verdaderamente, ¿a quién le importa? Se detecta fingimiento, hipocresía, golpes de pecho que resuenan como si el esternón fuera un tambor, mientras llueven metros cúbicos de lágrimas de cocodrilo.”

 A García Martínez le duele en el alma el expolio que sufre el Mar Menor; y la aflicción de tantas generaciones pretéritas y futuras, que se ahogan indefectiblemente entre sus aguas, le hace exclamar con el corazón sangrante que “solo unos pocos se atreven a proclamar la verdad”. Pero él no duda en darle voz a la insondable albufera en su lenta agonía; le hace decir lo que no se quiere escuchar, lo que siente y lo que desea:

“Así habló el pequeño mar: «Reflexionar, discernir es hacerse sospechoso».

–A capazos se han recogido peces muertos, en esta y en aquella ribera.

Así habló el pequeño mar: «Napoleón perdió a treinta mil hombres en una batalla, sin sentir por ello ningún remordimiento. Solamente mal humor…». Y añadió: «¡Calla tú también! Sepan todos, incluido este periodista infusorio, que ya no deseo nada, nada, nada… ¡Señor!»”

 Callo yo también, maestro, comparto tu angustia mas también todas y cada una de tus esperanzas. Porque bien nos enseñaste a no desfallecer, tu ánimo nunca se dio (ni se da) por vencido, y el de tus lectores tampoco. De tal suerte, tu fe seguirá moviendo montañas, incluso mares. Y hasta nuestro diminuto e inmenso Mar seguirá latiendo, mientras nos arrastre la fuerza irrefrenable de tus palabras. Que lo haga por siempre.