Corren tiempos revueltos en las filas de Vox. No es un asunto baladí ya que se trata del tercer partido con más representación en las Cortes tras PP y PSOE, y cuenta además con una presencia relevante en cinco ejecutivos autonómicos. Ciertamente parece haber perdido la fuerza con la que irrumpió a finales de 2018, primero en Andalucía y luego a nivel nacional, pero en todo caso los componentes que le hicieron emerger continúan en el ambiente político. Me refiero especial, aunque no únicamente, al cuestionamiento de la identidad nacional española y a las cesiones del gobierno central hacia las periferias secesionistas.

Uno no puede dejar de mirar a otros ejemplos, no demasiado lejanos en el tiempo, para detectar peligros que amenazan con diluir a Vox en el mapa político actual. Ahí están la práctica desaparición de Ciudadanos y la absorción aún inconclusa de Podemos por Sumar, cuando ambas formaciones llegaron a ser alternativas reales ni más ni menos que a PP y PSOE respectivamente. ¿Ocurrirá algo similar con Vox?, es la pregunta que flota en nuestra atmósfera política. 

La relegación o el paso al ostracismo de importantes activos del partido, antes del núcleo de confianza de Abascal, como Ortega Smith, Espinosa de los Monteros y Macarena Olona –por nombrar a los más conocidos– recuerdan demasiado a las purgas internas de Pablo Iglesias en Podemos: los Errejón, Bescansa y compañía. Si son resultados de luchas por el poder, de discrepancias estratégicas o de cuestiones de matices ideológicos, tanto en el caso podemita como en el de Vox, es difícil de deslindar pues a menudo se concatenan y entrelazan. En cualquier caso, su evidencia resta credibilidad y fuerza porque difícilmente un partido dividido puede alcanzar objetivos políticos de alcance.

En 2023 los resultados electorales de mayo y julio, y sus consecuencias, resultaron de algún modo contradictorios para Vox. Si bien le auparon a un buen número de gobiernos municipales y autonómicos, de la mano del Partido Popular, recibió castigo en los comicios generales, donde bajó de 52 a 33 diputados. Todo hubiese cambiado seguramente de haber alcanzado mayoría en el Congreso con el PP, pero esa llamémosle “derrota conjunta” le ha relegado a un papel menor en esta legislatura, vano es negarlo. 

El partido de Feijóo aspira a y confía en comerle la tostada a Vox, apoyado en su implantación territorial, en su músculo histórico y en la experiencia de gobierno; en otras palabras, en su mayor fiabilidad para erigirse en protagonista de la alternancia frente a Vox. Ya lo consiguió con Ciudadanos. Si Vox no quiere correr el mismo destino, deberá reflexionar sobre la estrategia para hacerse necesario y así volver a cautivar al electorado que se le está escapando porque el voto útil hacia el PP puede causarle estragos.