El argumentario de los socialistas se ha vuelto filosófico, o más habría que decir seudo filosófico. Como hay mucho analista y mucho tertuliano empeñado –por algo será– en presentar a Pedro Sánchez como un mentiroso, e incluso como un mentiroso compulsivo, ha salido a la palestra el propio presidente del gobierno para sentenciar lapidariamente y para la posteridad esta frase: “la verdad de las cosas es la realidad”.

Me temo que no pasará Sánchez a la historia de los grandes pensadores contemporáneos. Su confusión de planos no hará temblar los cimientos de la civilización occidental. Hasta Poncio Pilato, levantándose de su tumba, se habrá quedado boquiabierto al ver al presidente responder a su bíblica pregunta: aquella que hizo ante ni más ni menos que Jesucristo: “¿Y qué es la verdad?” Pues ya que me lo preguntas, Poncio –parece haber respondido Sánchez–, aquí te dejo mi ponderada reflexión.

La verdad es que el prefecto romano de Judea no alcanzó a ver la extensión universal del cristianismo durante veintiún siglos. Si aplicamos el teorema de Sánchez (“la verdad de las cosas es la realidad”), esa extensión es una realidad incontestable y, por tanto, una verdad como un templo, nunca mejor dicho. De un modo u otro, nuestro presidente ha contraído lo que podemos llamar el síndrome de Midas, es decir, que convierte en verdad todo lo que toca, Boletín Oficial del Estado mediante.

Es un principio de la filosofía clásica la identificación de la verdad con el bien y con la belleza. De esta última anda sobrado el inquilino de la Moncloa, según los comentarios generalizados. Si no sólo convierte en verdad todo lo que toca sino que además lo transforma en algo bueno, entonces es que hemos topado con el dios Pedro, que dictamina sobre el bien y el mal, que se erige en razón última de la moralidad.

Cierto es que lo bueno no tiene que ser necesariamente bonito y barato porque, a este paso, sus reales y al tiempo verdaderas concesiones a toda la tropa de sus socios de gobierno y de legislatura nos va a salir por el ojo de la cara, de nuestro dinero contante y sonante en suma. No parece barato, pues, pero tampoco bonito porque se cisca en la igualdad de los hombres y de las tierras de España.

A este paso, el BOE va a sustituir a las tablas de Moisés, a los diez mandamientos divinos esculpidos en piedra, como parámetro de la verdad. Y se podrá decir como corolario, como en aquel catecismo que aprendimos de pequeños, que esos diez mandamientos (o decretos ley) se resumen en dos: amarás a Pedro Sánchez sobre todas las cosas, y al prójimo –perdón, al prófugo– como a ti mismo.