¿No notaron una extraña sensación de paz y tranquilidad, de bajada de decibelios, en nuestra vida política durante la Semana Santa? Extraña, sí, porque si ya nos habían hecho votar con la canícula estival el pasado julio, eran capaces de volver a la matraca incluso en días en que el ambiente invita al recogimiento religioso o al solaz y esparcimiento vacacional, según los casos. Pero ocurrió, ¡oh, milagro!, y hasta los más descreídos en estas cosas de la fe podrían llegar a admitir que algún tipo de fenómeno sobrenatural apaciguó, siquiera fuese una semana, a nuestros políticos.
Porque de lo que más se habló, me parece a mí, fue del tiempo meteorológico, de la borrasca Nelson (nombre de pirata había de tener) que nos regó con sus lluvias y sus nieves y nos ha azotado con sus fuertes vientos. Bienvenida sea el agua de primavera. Las oraciones de nuestros embalses fueron escuchadas, más que las plegarias de los cofrades de tantas localidades que tuvieron que replegarse en sus iglesias, sin salir a las calles por las inclemencias reinantes.
Quienes daban por llegado el verano a finales de marzo han tenido que envainar sus precipitados pronósticos aunque, ya se sabe, es la primavera una estación bastante loca, y de aquí a junio puede pasar de todo. Una cosa es prácticamente segura: que lloverá en Madrid durante la Feria del Libro, porque eso es un clásico. También acabarán la Liga y la Champions, pero no se preocupen los amantes y los odiadores del fútbol, que quedará la Eurocopa en verano, y luego –más deporte– vendrán las Olimpiadas, y Roland Garros, y el Tour de Francia, y los Sanfermines, por supuesto, con sus encierros mañaneros, que aún no son deporte olímpico.
Hasta entonces tendremos, no obstante, que aguantar los chaparrones electorales de primavera, así que ármense de paciencia, de paraguas y de pararrayos. Habrá truenos de tirios y troyanos, de independentistas, constitucionalistas y mediopensionistas, de europeístas y euroescépticos, de todo aquello que parece dividirnos hasta límites insospechados porque nos quieren polarizar cuando no estamos tan polarizados, encrespar cuando no estamos tan encrespados.
Pero siempre confiamos en que al final las aguas vuelvan a su cauce. Total: parece que llevamos ya una eternidad al borde del abismo, y tanto la eternidad como el abismo siguen exactamente en el mismo sitio; si acaso, se han movido unos escasos centímetros. Esperemos que el santo paréntesis recién vivido sea la antesala de otro, aún más largo, en ese verano que se avizora en lontananza; permítasenme estos tonos líricos que no son la moneda común de lo que se oye en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, donde reinan los exabruptos y el “y tu más, pedazo de puntos suspensivos”. Así les va, así nos va, y así termino por hoy.
Carlos Barrera