Teníamos morriña, y nunca mejor dicho, de elecciones. ¡Tanto tiempo ha pasado desde aquel surrealista 23 de julio en que elegimos, completamente derretidos, a nuestros representantes en el Congreso y en el Senado! Esa morriña se la quitarán al menos los gallegos, llamados a votar este domingo. Si los impuestos, se dice, se pagan religiosamente, los demócratas son también muy piadosos, son devotos de las urnas, a quienes erigen prácticamente en oráculo divino: son el designio del “dios pueblo” sobre su destino… eso sí, no para la eternidad sino tan solo, en el mejor de los casos, para cuatro efímeros años de nada.
Ya solo quedan migajas de una campaña digamos que en general bastante previsible. No está en cuestión quién se erigirá en vencedor de las elecciones porque ganará el Partido Popular, de eso no hay duda. Pero hecha la pregunta en plan gallego, y respondida en la misma clave, la cosa tiene su intríngulis. ¿Qué quién ganará? Depende… Parafraseando el estribillo de una célebre canción del malogrado Pau Donés, podríamos ampliar la respuesta diciendo: “De según como se mire todo depende”.
Porque una cosa es sacar el mayor número de escaños, en un sistema parlamentarista como el nuestro, y otra distinta es ganar el poder, que de eso van los comicios: de quién va a gobernar en los años por venir. Sin ir más lejos y volviendo al tórrido 23 de julio pasado, ganó el PP las elecciones pero no el poder. Y ese es el temor –o al menos la incertidumbre– que se respira en el cuartel general de los populares: que vuelva a ocurrir en el redil gallego lo que a su líder nacional gallego, Feijóo, le sucedió en las generales: que ganó pero perdió. Y si le volviera a ocurrir meses después en su Galicia natal, aunque él ya no sea el candidato autonómico, el golpe sería más que notable. Se convertiría, muy a la gallega, en el ganador-perdedor empedernido, en una especie de rey Midiñas que todo lo que toca lo convierte en victoria y derrota al mismo tiempo.
Soy de los que creen que difícilmente se le escapará el poder al PP en Galicia, pero no tengo una bola de cristal ni evidencias hipercientíficas para demostrarlo: tan solo cierto olfato de que escrutar a los gallegos no es fácil y de que las encuestas que pronostican que no llegará a la mayoría absoluta han podido estar sesgadas por la proverbial capacidad de los habitantes de aquel rincón geográfico patrio por revelar públicamente lo que piensan. Además, habiendo abandonado el PSOE la lucha electoral (cuatro candidatos distintos en las últimas cuatro autonómicas) para confiar casi de lleno en la capacidad renovadora de los nacionalistas del BNG, y con Sumar desaparecida en combate, las posibilidades de Alfonso Rueda, que así se llama el candidato popular por cierto, se agrandan. Como todas las elecciones, estas dependen del voto pero, no hay que olvidarlo, de un voto gallego que tiene una idiosincrasia muy particular.
Carlos Barrera