Siempre se ha dicho, y la sabiduría popular no suele equivocarse, que nadie puede ser juez y parte al mismo tiempo. Mutatis mutandis, algo similar está pasando en nuestro país con la cacareada amnistía, pan nuestro –y a nuestro pesar– de cada día, pues no hay jornada en la que alguien diga algo de ella para bien, para mal o para vaya a usted a saber. Una cosa está en camino de ser cierta: que la gente de a pie está comenzando a hartarse del tema, lo que demuestra que popular, lo que se dice popular, mucho no es.

¿Acaso no hay cuestiones de nuestro día a día mucho más perentorias y que afectan a nuestro bien general, y cuya lista sería larga de enumerar pero muy precisa? ¿Acaso no existen también otras cuestiones de calado y cuya resolución van a afectar, y mucho, a  nuestras vidas y, sin embargo, nuestros políticos siguen distraídos por esa amnistía que solo interesa a unas minoritarias formaciones políticas? ¿Acaso importan más siete votos para un proyecto promovido por partidos antiespañoles que cientos para leyes bajo las que vivirán millones y millones de españoles? ¿Acaso no nos jugamos más el futuro todos los españoles, vivan donde vivan, si tratamos de llegar a acuerdos en temas clave, como la educación, la sanidad, las pensiones, la vivienda, la natalidad, la inmigración?

Muchos, demasiados acasos –y más que hubiera podido traer a colación– se acumulan en el debe de nuestra clase política, que tendría que trascender el quítame allí esos votos para reparar en los temas de auténtico calado que, por no ser los que dan más rédito inmediato en votos, se relegan y se esconden en un rincón oscuro para que mueran de inanición por los siglos de los siglos. Algunos podrían defenderse diciendo que con la que está cayendo, ¿cómo vamos a desentendernos de la amnistía y otros temas estrella que copan las tertulias de radios y televisiones? ¡Si nos jugamos el futuro de España!

Quizás a corto y medio plazo sí, no les voy a negar cierta razón. Pero los verdaderos problemones que, estos sí, amenazan con volvernos la vida imposible son los antes enumerados y alguno más que me habré dejado en el tintero por no ser exhaustivo. ¿Qué más le da a usted, hombre (o mujer), si amnistían a Puigdemont y compañía, pero no le va a llegar para percibir su pensión cuando se jubile o le prejubilen porque faltará población activa, o se va a hipotecar de por vida para tener una casa mínimamente decente, o va a tener que esperar uno o dos años para que le hagan unas placas en el hospital?

Estamos, por desgracia, en la política del “y colorín, colorado”, que dijo Jordi Turull, negociador de Junts con el gobierno para la amnistía y la autodeterminación. O te pliegas a lo que te pido, o te olvidas de seguir calentando la silla en Moncloa. Comer perdices es símbolo de felicidad, según los cuentos tradicionales. Lo que abundan ahora, en los relatos oficiales, son, sin embargo, perdices sobradamente mareadas.