05 octubre, 2023

Ronda es una preciosa ciudad de la provincia de Malaga, con más de 30.000 habitantes y un espectacular conjunto monumental, incrustada en un paisaje no menos atractivo. Pero hoy, cuando he tecleado esa palabra en el buscador de Google, no me diga usted por qué aunque mejor pregúntele al algoritmo correspondiente, cuando he tecleado esa palabra –decía– me ha salido como primera opción “ronda consultas rey”. 

Vamos, que como el rey no hace consultas en aquella población malagueña, mucho me temo que se refiere a las entrevistas que, una vez más y van tropecientas en pocos años, ha mantenido con los líderes políticos para tratar de averiguar si alguien es capaz de reunir una mayoría suficiente y ser investido como presidente del gobierno de España. Porque ahora no tenemos más que uno en funciones desde el verano.

Felipe VI tiene que guardar las formas porque va en el cargo. Debe poner buena cara y que no se le noten sus emociones, dado su papel constitucional como árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones. Claro que estas, valga la redundancia, funcionan últimamente regular y de ahí que obliguen al monarca a intervenir más veces de lo que quisiera. Por dentro me temo que debe estar hasta las narices de la incapacidad crónica de entenderse que tienen nuestros políticos, o bien de la capacidad de entenderse que poseen quienes no le aprecian mucho y desearían en último término –y no lo ocultan– instaurar una república.

No debe ser fácil extender su plácet a un posible gobierno en el que resulten decisivos aquellos a los que él mismo amonestó en público, por televisión, hace seis años por situarse fuera de la legalidad. Me refiero, sí, a los independentistas catalanes del “procés”, hoy rehabilitados tras los indultos y que reclaman ahora la amnistía para que el Estado se avergüence de simplemente haber aplicado la ley.

No podía el monarca, en cumplimiento de sus funciones, poner un veto hacia la investidura de Pedro Sánchez, como algunas voces pregonaban. De lo contrario, corría el serio riesgo de una contraofensiva republicana ante un indebido intervencionismo por parte de quien se limita constitucionalmente a ser árbitro y moderador.

En todo caso, su legítima preocupación por el futuro de la nación, de su unidad y permanencia de las que es símbolo –como se dice en el artículo 56 de la Constitución relativo al Jefe del Estado– trasciende las triquiñuelas de unos y de otros para mantener sus a veces precarias posiciones de poder y de influencia. El pueblo soberano se expresa a través de sus representantes libremente elegidos. Si estos deciden suicidarse políticamente, no es incumbencia del Rey, aunque le duela. Al fin y al cabo, los presidentes pasan y los monarcas permanecen.