NO RECIBIR NADA A CAMBIO

opinión, Por Decir Algo

20 enero, 2022

Una de tantas encuestas que se publican en nuestros tiempos, dada a conocer a mediados de este mes de enero, preguntaba a los ciudadanos españoles por la valoración –en términos de prestigio– de distintas instituciones. Era llamativo, aunque cierto por los resultados que mostraba, el titular del medio que la publicaba. Decía: “Ejército, Guardia Civil y Policía, las instituciones más valoradas; partidos y sindicatos, a la cola”. Con 8, 7.8 y 7.6 sobre 10, respectivamente, las tres sobresalían entre las demás, y solo se les acercaban los autónomos, nuestros queridos y sufridos autónomos, con un 7.4. Un abismo casi sideral separaba estas cuatro del resto, de las que solo dos lograban un aprobado raso: las radios con 5.3 y la monarquía con un 5 pelado. A partir de ahí, suspensos por doquier hasta el 0,9 de los partidos políticos.

¿Quién iba a pensar –en aquellos difíciles años de la Transición– que cuatro o cinco décadas después el podio institucional del aprecio popular lo iban a ocupar Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional, que entonces recibían habitualmente el cariñoso apelativo de “fuerzas represivas” y sobre las que pendía la sospecha del golpismo y el involucionismo político antidemocrático? Entonces, los partidos políticos que encarnaban la devolución del poder al pueblo soberano parecían la panacea de nuestros males. Había que tener fe en ellos, en el gobierno, en el Parlamento, en los sindicatos porque hacían respirar libertad. Hoy, año 2022 después de Cristo, los españoles los desaprueban y arrojan a las tinieblas exteriores… aunque no hay otro remedio que acudir a las urnas y seguir votando a quienes tan poca fe profesamos.

Son las paradojas del sistema. La gente, que no es tonta, prima el orden y la seguridad, la estabilidad, y ve que los partidos, parlamentos y gobiernos no se los aportan, en buena parte también por la espectacularización de una política televisada y tuiteada, y por la sucesión de declaraciones, contradeclaraciones, insultos, descalificaciones, el eterno “y tu más” a que nos tienen malacostumbrados. La gente quiere hechos y ve que las instituciones que menos dependen de elecciones, que quedan generalmente fuera de la lucha política partidista, son las que verdaderamente arriman el hombro en tiempos difíciles sin necesidad de recibir nada a cambio. Claro, esto de “no recibir nada a cambio” tiene difícil encaje en la mente de políticos que casi siempre tienen puesto un ojo en las siguientes elecciones. Es un círculo vicioso del que no resulta fácil salir por más que la mona se vista de seda.