La devoción por las urnas es una enfermedad incurable y crónica de los políticos. Es más, muchas veces parece que es lo único que ven en el horizonte. No en vano, los veredictos electorales marcan sus caminos: si se van al poder o a la oposición, porque prácticamente no hay otras alternativas en esto de la democracia. Los empates sencillamente no existen, aunque tampoco está del todo claro siempre qué es ganar o perder. Y si no, que le pregunten a Feijóo…

También este año 2024 nos van a poner las urnas para que votemos. Todos los españoles en las elecciones para el nuevo Parlamento Europeo, a comienzos de junio. Y algunos, gallegos y vascos, votarán para decidir el futuro de sus comunidades autónomas. Es muy manido, pero no deja de ser acertado, el símil de las metas volantes a la hora de referirse a estas elecciones no generales. Siempre hay en juego algo más que lo que específicamente se decide en ellas.

En las más inmediatas, las gallegas de febrero, todos andan pendientes fundamentalmente de si el PP revalidará o no su mayoría absoluta con el sucesor de Feijóo en la Xunta, Alfonso Rueda. En las vascas, aún por convocar pero inminentes, el foco está en si Bildu superará o no al PNV en votos y/o en escaños, y en a quién apoyarían los socialistas para formar gobierno. Y en las europeas, las más proclives históricamente a recoger el voto de castigo, se medirá el grado de castigo hacia el PSOE por sus cesiones a los socios de gobierno y de investidura.

No. No nos vamos a aburrir, especialmente de aquí al verano. Y esperemos que a nadie se le ocurra volver a hacernos votar en julio o agosto, por cierto, no vayan a arder las urnas en las playas como el año pasado. Quien más quien menos en el panorama político necesita un chute de autoestima, o mejor dicho de “heteroestima” porque vendrá de otros el mayor o menor respaldo a las posiciones de partida en esta legislatura recién iniciada.

Todos esprintarán en estas metas volantes para alcanzar mayor puntuación en el termómetro del aprecio público. Algunos pueden salir algo escaldados: por ejemplo, el PSOE en las europeas o en las gallegas si sigue siendo la tercera fuerza; el PP si no consigue gobernar en Galicia; el PNV si no hace lo propio en el País Vasco; Vox y Sumar si se vuelven irrelevantes. Y no olvidemos que, en el horizonte, se avizoran las autonómicas catalanas que, con todo lo que está ocurriendo en Madrit, no son moco de pavo para nadie: ni para los independentistas de Junts y Esquerra, ni para un PSC que aspira a mucho más que a ser comparsa.

“¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza!”, podríamos recitar con Cervantes y su conocido soneto ante tal panorama. Aunque a Dios no se le vota, salvo quienes lo ven encarnado en sus líderes políticos de turno, que fanáticos haberlos haylos, incluso en el Consejo de Ministros.