INERCIAS BÚMERAN
23 noviembre, 2021
Cuando las cosas pintan mal para nuestros bolsillos, ya nos tiene acostumbrado este gobierno de coalición a sacar a pasear a Franco o todo lo que con él se relacione. Es una especie de espantajo de quizás ya dudosa eficacia porque cansa. Desde renombrar el Valle de los Caídos con una denominación tan cursi que ya se me ha olvidado hasta –¡oh, penúltima ocurrencia del ministro Bolaños!– extender las inercias de la dictadura hasta, qué casualidad, 1982, año en que el PSOE llegó al poder con esa mayoría absolutísima de 202 diputados. A esto lleva la indecente y cada vez más descarada apropiación de la memoria democrática que los socios de gobierno y sus secuaces colaboradores (Esquerra, Bildu y compañeros mártires) están perpetrando desde el BOE.
Más bien parece que son ellos mismos los que, mediante este tipo de prácticas, dictaminan quiénes fueron los buenos y quiénes los malos de la película. Es decir, valga la paradoja, que son ellos los que aún se mueven con peligrosas inercias del franquismo aunque parecen no haberse dado cuenta. Han utilizado un argumento búmeran que en cualquier momento se les puede volver contra ellos mismos, convertidos en la Santa Inquisición o en el orwelliano Ministerio de la Verdad. Vamos, lo más parecido a lo que se hacía en la dictadura franquista.
Dice el ministro que hay un consenso entre los historiadores acerca de esa delimitación cronológica. Cada vez que un político, del signo que sea pues me da igual, se mete a historiador, procuro huir de él como de la peste. Cada mochuelo a su olivo, que se dice en sabia expresión popular. No pagamos, porque les pagamos, a los políticos para dictar clases de historia sino para que gestionen la cosa pública, que no es poco con la que nos está cayendo encima. Dedicarse a poner alegremente la sombra de la duda y de la sospecha sobre hechos y personajes que vivieron en un contexto político y social muy distinto del actual, es cuanto menos frívolo e irresponsable.
A este paso nos van a derribar, previo acoso, todo el santoral laico que nos habíamos forjado –no sin razones– en torno al mito fundacional de nuestra democracia que, guste o no guste, es la transición a la democracia operada más o menos entre 1975 y 1982, pero cuyos orígenes se remontan bastante antes como han demostrado competentes historiadores de todo signo. Será que nuestros gobernantes leen poca historia y así nos va.