22 marzo, 2022

Venía yo en taxi desde el aeropuerto de Bilbao a Pamplona tras una estancia de tres semanas en Washington por motivos académicos. Tiempo más que suficiente para hablar de muchas cosas, de lo divino y de lo humano como suele decirse, de asuntos superficiales o triviales (el tiempo meteorológico, que no puede faltar, al igual que en el ascensor) y de otros temas mas serios y de actualidad. Y, claro, al tratar de estos salieron los paros de los transportistas, la manifestación del campo en Madrid y los etcéteras que ustedes pueden añadir.

Si la conversación había sido hasta entonces más bien calmada, mi interlocutor entró en lo que podemos llamar una fase de ebullición exponencial, siempre dentro de un tono educado que nunca debe faltar pero de ebullición al fin y al cabo. Porque nuestro hombre despotricó de bastantes cosas, personas e instituciones por las que seguramente ustedes también han despotricado o despotrican en uso de su libertad de expresión. Lo que transpiraba, al fin y al cabo, era hartazgo; y además de hartazgo, desolación y cierta desesperanza. Nada nuevo bajo el sol si se observa el latido social de estos días y semanas. Nuestro buen hombre no era más que un fiel exponente, uno más y seguramente no el último, de ello.

Ahora más que nunca la clase política, me da igual gobierno que oposición (o gobiernos que oposiciones a nivel autonómico y municipal), necesita suscitar empatía hacia los ciudadanos. Hacia los ciudadanos, recalco, no hacia los electores porque si se quedan mirándolos como personas que van a depositar, tarde o temprano, su voto en una urna, seguramente no tomará las decisiones más acertadas para ir saliendo de estas crisis agudas que nos están rodeando. Tiene que salir de su burbuja particular o, de lo contrario, creará cada vez más ciudadanos que cuestionen el sistema democrático por considerarlo inútil para sus necesidades vitales.

Hablando del problema demográfico, se encendió nuestro taxista cuando me contó que, al tener su cuarta y última hija, le aconsejaron a la madre directamente abortar como solución. O sea, me argumentaba, que en vez de incentivar y ayudar a sacar adelante una vida… ¡lo que propone el sistema es eliminarla! ¿Es esta la sociedad que queremos?, se preguntaba desconfiado de la escasa justicia redistributiva que los políticos aplican para necesidades vitales de primera magnitud y el dinero público que se gasta en políticas triviales. Si no se comprenden las raíces de los hartazgos varios –cada cual tiene el suyo– de los ciudadanos, difícilmente habrá políticos empáticos, que se necesitan como agua… de marzo.