HABLAR EN VEZ DE GRITAR

opinión, Por Decir Algo

14 marzo, 2023

Decimos habitualmente de nuestra sociedad occidental que es civilizada. Parece un adjetivo que se le ha colocado ahí, como si viniera de suyo, o sea, como si no pudiera ser otra cosa nuestra sociedad que civilizada. Mal haremos si nos conformamos con este cliché de forma acrítica. Si a los hechos, e incluso a los derechos, nos remitimos, habría cuanto menos que ponerlo en duda.

Fijémonos, por ejemplo, en esta España de hoy, en un episodio muy conocido por los conciudadanos dado que se trata de un lugar físico y que aparece en la televisión por activa, por pasiva y por perifrástica: el Congreso de los Diputados. Ya los fieros leones que nos saludan a la entrada en la carrera de San Jerónimo nos avisan de que quienes allí trabajan y desempeñan sus funciones parlamentarias no son precisamente hermanitas de la Caridad sino que tratan de devorarse a dentellada limpia. El tono particularmente bronco de los debates más importantes que en el hemiciclo tienen lugar no es sino reflejo de una crispación ambiental por parte de quienes deberían darnos lecciones de civismo y sin embargo nos ofrecen más bien, como en tiempos de los romanos, pan y circo.

Bajo el tratamiento tan aparentemente educado y edulcorado de “su señoría”, buena parte de los diputados se dedican improperios propios de una pelea de taberna o de aquellos bares de los westerns americanos. “Yo que tú no lo haría, forastero”, parecen decirse unos a otros en sus duelos de pistoleros. El catálogo de descalificativos, de metáforas de argumentario dirigidas a destruir la imagen del adversario, de a ver quién grita más para conseguir el titular de los medios de comunicación, es innumerable. Y son ellos, sus señorías, quienes votan y aprueban las leyes que luego han de regir nuestros destinos. Todo muy ejemplar, desde luego.

No estaría de más, propongo –ingenuo de mí–, instalar un decibeliómetro que mida los niveles de sonido que emiten los oradores cuando intervienen en el hemiciclo, de forma tal que quienes sobrepasen uno previamente establecido por la presidencia queden inhabilitados para seguir hablando durante esa sesión. Porque hablando se entiende la gente, pero gritando no. Simplemente no es civilizado ni educado, y la política debe tener una función educativa y ejemplarizante si quienes se dedican a ella desean restaurar la confianza en ellos perdida según tantas encuestas.

Se puede ser muy crítico con el rival político sin necesidad de ser hiriente y mordaz. Uno de los “momentazos” más recordados del parlamentarismo español reciente fue el célebre discurso del “¡váyase, señor González!” que pronunció Aznar en 1994 en pleno debate sobre el estado de la nación. Su contundencia no estuvo reñida, si lo vuelven a ver, con el temple y el tono empleados: sin una palabra más alta que la otra, sin insultos, desgranando simplemente razones una detrás de otra para hacer ver la necesidad de su dimisión como presidente del gobierno. Era una invitación, sí, una invitación, a que González se fuera. ¡Cuánto cuesta ver ahora un discurso así! Hoy en día no se invita a nadie a hacer algo: más bien se le conmina a hacerlo so pena de enviarlo a la gehenna del fuego inextinguible. Así nos va, así les va…