Dicen unos, dicen otros, dicen los de más aquí, dicen los de más allá que estamos polarizados. ¿Polarizado yo? ¡A que te rompo la crisma, desgraciado! ¡Yo no estoy polarizado: tú sí que estás polarizado y no te das ni cuenta! Claro, así está el patio, dicen unos y otros. Pero yo me pregunto: ¿de verdad se ha extendido la polarización –ideológica, política, cultural, social– de manera tal que todo lo encizaña? ¿No será más bien que a algunos agentes presentes en la vida pública les interesa vivir polarizados y, por eso, extienden la máxima de que todo está polarizado cuando son ellos, y básicamente ellos, los que lo están?

Ahora que nos acercamos a la Navidad (o que la Navidad se acerca a nosotros, quizás sea más exacto decir), y ahora también que nos acercamos al fin del año, es buen tiempo para reflexionar con algo de serenidad acerca de estas cosas, hacer balance y recobrar ánimos para proseguir en todos los quehaceres de la vida. Seguramente habremos comprobado que, en efecto, nuestros políticos andan bastante más polarizados que el común de los mortales por la sencilla razón de que nosotros tenemos la necesidad de entendernos, y lo hacemos, muchas más veces que ellos y además sin tantos aspavientos ni teatralización como las que emplean.  

La vida ha seguido, la vida ha fluido por más que hayamos estado casi medio año con un gobierno en funciones. El país no se ha paralizado… por la cuenta que nos trae. Los gobiernos vienen, los gobiernos pasan pero la gente permanece, permanecemos y hacemos posible que la cosa funcione pese a lo diversos que todos somos… y seremos. Las diferencias son inherentes al ser humano porque cada uno somos hijos de nuestro padre y de nuestra madre. Al mismo tiempo, sin embargo, somos todos humanos, de la misma estirpe, en definitiva, y eso nos une más que ninguna otra cosa al fin y al cabo.

En la Navidad conmemoramos la venida a la tierra de Jesús, el hijo de Dios que abraza la condición humana. Sean quienes me oyen creyentes o no, si se asume esta premisa de la historia de la salvación, habrá que convenir que se trata de un suceso extraordinario, es decir, que se sale de lo ordinario, si bien tuvo lugar en recinto tan terreno y prosaico como el de un establo de una pequeña aldea cercana a Jerusalén, llamada Belén. Si algo de divino hay en la humanidad claramente fue allí donde esa mixtura o esa alianza se produjo.

La noche en la que nació Jesús se oyó aquel canto celestial de “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. No cabía allí la polarización, aunque un tal Herodes trató de polarizar el ambiente y pasó lo que pasó con los Santos Inocentes. También hoy sigue habiendo muchos Herodes sueltos. En las alturas políticas todo parece medirse, entonces como ahora –poco hemos cambiado–, en términos de poder, de envidias y de desconfianzas. Uno quisiera más bien ser uno de aquellos sencillos pastores que, sin embargo, recibieron un premio inesperado: ¡ver a Dios! Eso les sació y les bastó. Al final, lección de vida, no necesitamos tanto para ser felices. ¡Feliz Navidad a todos y que 2024, año olímpico, nos traiga alegrías de las verdaderas… y no polarizantes!