FATIGAS MÚLTIPLES

opinión, Por Decir Algo

18 noviembre, 2022

De un tiempo a esta parte varios intelectuales vienen hablando de lo que llaman la “fatiga democrática”, que aqueja a nuestras sociedades occidentales. La creciente desconfianza hacia la política y hacia los políticos, que casi todas las encuestas constatan, hacen recelar a los ciudadanos (votantes cuando se les llama a las urnas), que ponen distancia de por medio; una distancia cuanto menos moral. Es la crisis de la representación política, que ya se visualizó en aquel eslogan del 15-M de los indignados de hace diez años: “No nos representan”. 

La indignación continúa, si se quiere de forma algo más soterrada pero no menos real y efectiva. La percepción más generalizada es la de que los políticos van “a lo suyo”, que no es por tanto “lo nuestro”, y de ahí nace el distanciamiento. Esa fatiga democrática es también una fatiga social porque la desconfianza se expande a otros actores de la vida pública y económica, e incluso a las relaciones de los ciudadanos entre sí. Si además añadimos el condimento de la Covid que nos viene afectando desde hace casi dos años, que ha producido la llamada “fatiga pandémica”, tenemos el cóctel perfecto para el escepticismo y el caldo de cultivo ideal para el desarrollo de populismos de toda condición ideológica. Ya se sabe: promesa de soluciones sencillas para problemas complejos, aquí y ahora, cuando los males que nos aquejan, a nivel nacional y global, son ante todo estructurales.

Parece, pues, que no nos cansamos de fatigarnos, valga la paradoja. Nos hemos convertido en unos especialistas de la fatiga, que corre el riesgo, por otra parte, de convertirse en la perfecta excusa para la inacción, produciéndose así un círculo vicioso o una pesadilla que se muerde la cola, con resultados infructuosos. Existe también una fatiga mediática que procede del exceso, sobreabundancia y no siempre contrastada calidad de información y de opiniones. Es el terreno ideal para que reine la polarización en las posiciones de unos y otros, en lugar del enfrentamiento civilizado y argumentado sobre una base común de entendimiento básico.

Uno hasta añora aquellos tiempos en que, como no se permitía formalmente el pluralismo político, se hablaba eufemísticamente del “contraste de pareceres” y de la “ordenada concurrencia de criterios”. Nos cansa ver todos los miércoles las sesiones parlamentarias de control al gobierno, convertidas en un concurso de decibelios “a ver quién grita más fuerte”. Esperando que la nueva ley de memoria democrática no me condene a la gehena del fuego inextinguible, me atrevo a decir que prefiero el contraste de pareceres de antaño al sopapo limpio de hogaño.