Aunque el término en cuestión procede de nuestra vecina Francia y tiene ya algunos años, parece que en España acaba de hacer fortuna la llamada, por sus denigradores, “fachosfera”. O sea, para entendernos, el mundo endogámico y semiconspiranoico en el que viven todos aquellos que no comulgan con la progresía dominante: esa que quiere imponer su weltanschauung (perdón por el vocablo, significa para los pocos duchos en alemán, su visión del mundo). Y, claro, si se oponen a los progres, no hay vuelta de hoja: hay una probabilidad del 99,99 por ciento de que sean fachas. Así está el patio… el patio de mi casa, que cuando llueve se moja como los demás.

Somos tantos los seres humanos –de los marcianos no me atrevo a opinar pues no me he puesto en su piel– que parece lógico y natural que coexistan diferentes modos de concebir el mundo y la vida, diferentes cosmovisiones, respuestas diversas a las preguntas clásicas sobre nuestra existencia: ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, ¿de qué estoy hecho?, ¿a dónde voy? E incluso otras no menos clásicas del tipo ¿Papá, por qué somos del Atleti?, u otras similares. En la variedad está el gusto y, ¿por qué no?, también el susto pues no siempre encontramos respuestas ciertas a estas cuestiones y nos invade la intranquilidad.

Pero aquí ha venido Pedro Sánchez, en plan redentor, para salvarnos, para precisamente tranquilizarnos dando respuestas claras y contundentes a los grandes interrogantes de nuestra existencia vital, que se podrían resumir en aquel “quien no está contra mí, está con nosotros”, cuya autoría bien contrastada es ni más ni menos que del mismo Jesucristo, según el evangelio de San Marcos. Traducido a la política española que nos atañe, quien está contra mí –dice Sánchez y repiten sus corifeos– es un facha redomado, de cuidado, de manual. Pertenecen, por tanto, a esa fachosfera que solo persigue destruir por todos los medios el reino de salvación que nos trae el nuevo mesías de opinión cambiante, que nos da una tierra que mana leche y miel, y que nos promete el paraíso perdido por el malvado neoliberalismo.

Claro que, de aceptar la premisa de la existencia de esa fachosfera por la cual todos quienes no congenian con Sánchez y compañía (amplia y heterogénea compañía, por cierto, y no todos progresistas) son arrojados a las tinieblas exteriores, habrá que proclamar con igual autoridad, y empleando una similar terminología, la rojosfera. Si todo es blanco o negro, si la extensa gama de grises en la que nos movemos la inmensa mayoría de los ciudadanos, es suprimida por decreto ley, todo queda reducido a una lucha entre esos dos polos: la fachosfera versus la rojosfera. Es triste y empobrecedor el reduccionismo al que nos quieren llevar los unos, con Atila al mando para arramplar con todo, y los otros. Más que nunca hay que reivindicar a Aristóteles, que no era ni facha ni rojo, y su “in medio virtus”. Se lo recomendó a Nicómaco en su Ética, pero Nicómaco somos todos.