EPÍTETOS
01 febrero, 2022
Se agotaron. ¿Quiénes? ¡Quiénes van a ser: los epítetos! Esos que han desfilado –por enésima vez y elevados de forma exponencial– por las páginas de nuestros periódicos y por las gargantas de periodistas, comentaristas y expertos, ante la última –por el momento– hazaña de un tal Rafa. Sí, se agotaron. Épico, heroico, descomunal, extraterrestre, marciano… ¡qué no se ha dicho de él que no hayamos oído! No terminamos de acostumbrarnos a la retahíla de elogios que está recibiendo… y que viene recibiendo desde que hace diecisiete años ganó su primer Grand Slam. Solo que ahora, cuando ya le vemos con esas entradas que delatan su provecta edad, nos producen incluso más pasmo. Lejos queda esa imagen del niño aguerrido con pantalones tipo pirata y camisetas sin manga que lucía en su juventud. Será que Rafa, aunque sigue siendo Rafa para nosotros, ahora nos parece más Don Rafael Nadal Parera, leyenda para más señas.
La admiración que levanta es lógica. Más aún en un país que necesita con urgencia de referentes éticos, de ejemplos de vida. Acostumbrados –y ya lo siento pero los periodistas habitualmente damos malas noticias porque lo bueno no llama la atención, o se presupone pero no se le da visibilidad–; acostumbrados, decía, a escandalizarnos por lo que hacen unos u otros y sale en los medios de comunicación y no es precisamente edificante, hechos como el del pasado domingo nos reconcilian con el género humano. Ojalá produzca en mayores y chicos el “efecto llamada” y no se quede en una mera admiración hacia lo inalcanzable. Es evidente que usted y yo, oiga, no vamos a salir en la portada de Marca y de los diarios de todo el mundo como Nadal, pero sí somos portada diaria en la voz, en la percepción que familiares, amigos, colegas, vecinos, etcétera, tienen de nosotros. ¿Nos dedican los mismos epítetos que a Rafa? ¿No? Pues entonces, habrá que ponerse el mono de trabajo para intentarlo.
En los años noventa del pasado siglo, cuando el Nadal de la época en España era Miguel Indurain, recuerdo el evocador y expresivo título de un editorial de un periódico nacional: “Indurainizar España”. Estábamos en plena ola de escándalos de corrupción del felipismo, del “Váyase, señor González”, y el contraste de ese ponzoñoso mundo con el humilde “Hemos estado ahí” que sonaba ingenuo en los labios del ciclista navarro, cinco veces ganador del Tour de Francia, era sencillamente estruendoso. Parece que ahora toca “Nadalizar España”. Por de pronto, quizás podríamos pedir a la Real Academia Española que sustituya la palabra “epíteto” por “Nadal”; por lo menos hasta el día, ese día que nadie quiere ver, de su retirada.