No les gusta poco a nuestros políticos eso de pasar por las urnas. Si después del tórrido 23 de julio pasado nos las veíamos felices y nos creíamos liberados de acudir a votar, pues toma: cuatro elecciones en seis meses para empezar 2024: primero fueron los gallegos en febrero, enseguida los vascos en abril, poco después los catalanes en mayo (los últimos en incorporarse a la ola) y finalmente todos los españoles para las elecciones al Parlamento Europeo en junio. Ahí es nada.

Podrán decir algunos que son votaciones parciales la mayoría porque afectan sólo a determinados territorios. Cualquiera que se asome a la realidad de las campañas gallega, vasca y catalana podrá comprobar enseguida que no es así, que casi todas las partes contendientes se juegan algo más. Dados los equilibrios precarios que sostienen al gobierno de España presidido por Pedro Sánchez, quienes concurren a estos comicios territoriales no solo se disputan el poder autonómico sino su capacidad de influir en Moncloa. O en Génova, como se decía en el caso hipotético, que no acabó sucediendo, de que el Partido Popular no lograra gobernar en Galicia, lo que hubiera supuesto un duro golpe para las aspiraciones presidenciales, a nivel nacional, de su líder Núñez Feijóo. 

Dadas las complejas aritméticas del poder, o de los poderes en plural pues lo tenemos repartidos en diecisiete comunidades autónomas, cualquier variación del actual estatus quo dará que hablar. No olvidemos que socios de Sánchez son ahora PNV y Bildu, que luchan por ser el partido mayoritario en Euskadi. Y socios de Sánchez son también Junts y Esquerra, igualmente rivales por la supremacía política en Cataluña. ¿A quién apoyarían los socialistas en ambos casos, si de ellos depende formar una mayoría de gobierno o de legislatura? Será difícil contentar a unos y otros al mismo tiempo.

También el propio PSOE se la juega. Tras un comienzo de año no precisamente halagüeño a cuenta de las cesiones por la amnistía y por el caso Koldo y sus posibles ramificaciones, unos resultados por debajo de lo esperado o que no lo conviertan en partido decisivo en el futuro de Cataluña y País Vasco puede ser un varapalo. Las elecciones europeas son además el marco más propicio históricamente para el voto de castigo, y ahí es donde quizás se aprecie más el descontento con el PSOE sanchista.

En cuanto al PP, digamos que es quizás, paradójicamente, quien menos se juega en todas estas elecciones. Muestran las encuestas que sólo pueden subir en representación (cierto es que estaban muy bajos). Y el viento sopla a su favor. Su aspiración sería llegar a contar para la consecución de mayorías de gobierno, especialmente en una hiperfragmentada Cataluña. En las europeas parece que no va a tener rival. En todo caso, pasen y voten, señoras y señores, en esta España aquejada de eleccionitis aguda.

Carlos Barrera