Ocurrió el martes. Lugar (no diré del delito, pero sí de al menos el desprecio): Congreso de los Diputados. Motivo: una jornada especial organizada con enfermos de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) para concienciar a nuestros legisladores acerca de lo que se puede hacer, y por desgracia no se hace, para que tengan una vida mejor y más digna. Protagonista principal: Juan Carlos Unzué, conocido ex futbolista y ex entrenador, que muy a su pesar ha cobrado ahora un protagonismo reconocido como voz de los que padecen dicha enfermedad.

Cierto es que no se trataba de una reunión de una comisión específica del Congreso y que, por tanto, no existía una obligación de acudir por parte de todos, o de un buen número, de los representantes del pueblo soberano. Pero de ahí a que hubiera cinco, solo cinco diputados media un trecho, media un abismo difícilmente explicable. Quizás, como expresó irónicamente Unzué, tenían cosas más importantes que hacer (discutir sobre la amnistía, por ejemplo, u otras futilidades), y no se dieron cuenta del esfuerzo que para este colectivo de enfermos suponía venir a este acto y que se escucharan sus peticiones.

Tiene Unzué, por su pasado (e incluso por su presente porque aún comenta muchos partidos de fútbol en televisión), muchas tablas. Sabe hablar, sabe a quién y cómo dirigirse, sabe motivar. Además, es navarro, y dice las cosas a la cara y sin dobleces. Así que no se cortó un pelo y, tras hacer ver ante todos los presentes la exigua representación de diputados existente, y sabiendo que todo estaba siendo grabado y emitido por la señal institucional del Congreso, concluyó –y no le faltaba razón– que solo pedía, en nombre del colectivo de la ELA, “voluntad y un poco de empatía”.

Empatía, desde luego, no le pareció lógicamente que existiese. Y es la empatía lo que suele tirar de la voluntad. Mucha voluntad ponen los políticos, particularmente los que gobiernan, en aprobar decretos leyes a diestro y siniestro por razones de una urgencia que la mayoría de la veces se inventan porque responden más bien a sus intereses políticos más cortoplacistas. Sin embargo, cuestiones como el ELA y los tratamientos que conlleva, con sus costes correspondientes, afectan supuestamente a un colectivo menor al que, ya me perdonarán la expresión, se les puede ignorar y aquí no pasa nada.

Pasa que son seres humanos, personas, que además requieren de especiales cuidados médicos y de una atención familiar especial y absorbente. Los gobiernos, los parlamentos, aparte de esas grandes cuestiones de estado con las que se les llena la boca, deberían empatizar con quienes más sufren y no verlos como simples votantes de los que lucrarse en las urnas sino como ciudadanos con idénticos derechos que los demás a una vida digna.

Carlos Barrera