11 noviembre, 2021

¿Puede la muerte por accidente de una niña de seis años convertirse en algo bueno? Dicho así, de sopetón, parece más bien una idea peregrina, si no rayana en la crueldad o, como mínimo, en el surrealismo. La vida, sin embargo, cuando no se la considera exclusivamente ligada a la mera existencia terrena, adquiere dimensiones insospechadas. Es la gran lección de lo que algunos medios han llamado y titulado “El abrazo de María”. 

Me refiero –seguramente más de uno haya estado al cabo de la noticia– al reciente accidente a la salida de un colegio de Madrid, en el que una madre atropelló involuntariamente, al dar al acelerador en vez de a la marcha atrás, a una niña de seis años, también de dicho colegio. El abrazo que los medios recogieron fue el que le dio la madre de la niña fallecida a la madre que le causó la muerte. Un abrazo que simbolizaba y significaba el perdón. Para más señas, por si alguno se ha perdido en esta historia, el perdón cristiano que lleva a la reconciliación.

 

Un conocido columnista comentó al respecto hace pocos días: “Ni el más nietscheano de los espíritus puede dejar de admirar la mecánica de la fe cuando se pone en funcionamiento para amortiguar el sinsentido de la tragedia”. Ciertamente –estas ya son palabras mías– solo ese sentido sobrenatural puede explicar un gesto así que nos reconcilia con la condición humana, frágil y vulnerable como bien todos sabemos por un mínimo de experiencia y conocimiento propios, pero también dotada de una grandeza que sobrepuja la simple racionalidad a la que tendemos a reducir todo.

 

Cuando suceden cosas así, las discusiones sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial, los líos internos en el PP de Madrid, las tormentosas sesiones de control al gobierno los miércoles y tantas otras zarandajas varias pasan como a un segundo o tercer plano. Volveré a hablar de ellas, no les quepa la menor duda, pero permítanme que hoy ponga el foco en lo que permanece siempre y que anida en nuestros corazones, aunque sea en sus recovecos más ocultos: el amor. Cuando, como María, lo hacemos aflorar para cauterizar heridas, sale lo mejor del espíritu humano. Y es justo que quede constancia de ello porque es el auténtico motor de la humanidad, y no los fondos económicos para la recuperación que nos llegan de Bruselas. Que bienvenidos son, dicho sea de paso.