He terminado de leer, porque hacía honor a su título y era realmente breve, un libro recién escrito por un colega y amigo, titulado “Breve elogio de la brevedad”. Tendemos en esta sociedad nuestra, como norma general, a complicarnos las cosas en vez de simplificarlas, a alargar los procesos, a hacer difícil lo fácil. ¿Qué me dicen de los prospectos de los medicamentos, de la información que aparece en una sencilla lata de Coca Cola, o de los interminables términos generales de cualquier contrato? Sí, de esos que te aparecen, por ejemplo, en cualquier compra por internet y que nadie lee por una elemental norma de salud e higiene mentales.
Y si nos fijamos en el tipo de vocabulario que utilizan nuestros políticos, más de lo mismo. Me vienen así a la memoria cosas como lo de las “soluciones habitacionales” (vulgo vivienda, piso), o la más moderna, obra del equipo de Sánchez, de “desinflamar el conflicto”, hablando de alcanzar acuerdos en Cataluña. No se escapan otros ámbitos como el económico: “crecimiento negativo” (o sea, decrecimiento), e incluso “desempleo”, que suena algo mejor que temible y contundente paro. No digamos ya aquello de los “fijos discontinuos”. O el de la salud: “interrupción voluntaria del embarazo” en vez de aborto.
Tampoco le va a la zaga el meteorológico, pan nuestro de cada día en las conversaciones de ascensor y de taxi. Las tormentas de toda la vida han pasado a ser “ciclogénesis explosivas”, y las alertas de todo tipo de colores han sustituido al frío o al calor extremos, que siempre los ha habido, no nos engañemos, y no soy negacionista.
Ya en el siglo de Oro un insigne escritor como Baltasar Gracián nos soltó aquella gran verdad de que “lo breve, si bueno, dos veces bueno”. Tan solo siete palabras utilizó para decírnoslo. Todo un arte. Las muchas palabras suelen ser sinónimo de no ir al grano, de buscar justificaciones, de marear la perdiz, innecesaria pero voluntariamente, para despistar a alguien acerca de nuestra ignorancia o de nuestro deseo de no llegar a ninguna conclusión. O tal vez, muestra también la escasez de recursos lingüísticos del personal. Y así nos luce el pelo en los informes PISA de comprensión lectora, claro.
Ante la lectura del título de un anteproyecto de ley en las Cortes hacía ya más de veinte años, a un jurista precisamente como Federico Trillo, entonces presidente del Congreso, se le erizaron los cabellos y soltó sin querer, a micrófono abierto, aquel célebre: “¡Manda huevos!” Cuando, en el lenguaje del amor, para entendernos basta una mirada, ¿por qué diantres nos empeñamos en llenar toda nuestra capacidad de relación de eufemismos y circunloquios? “Poesía eres tú”, se autorrespondía Gustavo Adolfo Bécquer en apretada y certera síntesis.
Antoni Gutierrez-Rubí, que no es poeta, pero sí un gran sabio y autor del mencionado libro sobre la brevedad, aboga por las fórmulas sencillas para comunicar, que no en vano es un conocido consultor de comunicación con muchos años de experiencia encima. Eso sí, con mucha investigación previa para saber qué decir. No es la brevedad por la brevedad sino la brevedad llena de significado. Haberla hayla, pero hay que trabajar para encontrarla. No llega solo por inspiración divina. Y acabo ya, que me he alargado algo más de la cuenta… ¡precisamente hoy!
Carlos Barrera