No ha habido emoción este año en las primarias que preceden a la elección de los candidatos de los partidos republicano y demócrata en los Estados Unidos. La revancha y la inercia están llevando en volandas al actual presidente, Joe Biden, por parte de los demócratas, y al expresidente Donald Trump por parte de los republicanos. Cada uno con pesados fardos en sus hombros: la de su edad, que los años no pasan en balde, en el caso de Biden, y la de la justicia (las causas pendientes en su contra), en el caso de Trump.

No cesa en su empeño Joe Biden de ofrecer públicamente signos de que sus facultades mentales no sean quizás las más idóneas ni para hacer campaña ni para ser cuatro años más presidente de los Estados Unidos. Sus frecuentes lapsus y confusiones, cuando no caídas físicas propias de su octogenaria condición, ponen en vilo los corazones de muchos votantes demócratas a quienes su mensaje de que él es único que puede pararle los pies a Trump no termina de cuadrarles debido a su supuesto estado de salud.

Además, los ratios de aprobación de su gestión como presidente de la nación han sido muy bajos durante estos cuatro años y no hay demasiadas razones para pensar que ofrecería una mejor versión los cuatro siguientes. Entre las filas demócratas cunde la sensación de que no hay otro remedio que se presente, porque es el actual presidente y cambiarle sería un desaire público contraproducente. Pero no es menos cierta la impresión que tienen de que va a ser una rémora más que un acicate para votar, y que no va a precisamente entusiasmar a las masas. Más bien, en todo caso, le van a compadecer y le votarán como el mal menor frente a Trump… porque no hay otra.

En la otra parte, Donald Trump –nadie lo duda– tiene sed de venganza. Sigue considerando, en el fondo, que hubo fraude electoral en 2020 cuando Biden le venció. Y quiere demostrar a la nación que un verdadero líder no puede ser alguien débil como su contrincante sino firme y determinado como él. Tan firme y tan determinado que le importan entre poco y nada las causas judiciales abiertas contra él, que en cualquier otro personaje público hubiera hecho mella pero que a él le envalentonan.

Es más, la estrategia consciente de victimización le ha funcionado como la seda para ir eliminando con una facilidad pasmosa a los otros candidatos republicanos en las primarias de comienzos de año. Trump tendrá muchos enemigos pero tiene también muchos fieles que le acompañan en su deseo de revancha y que han preferido desechar a otros candidatos notables (Ron DeSantis, Nicky Halley) por no tener su misma energía y carisma. Podrán gustar más o menos sus formas, su biografía, pero una gran cantidad de americanos le adoran. Los analistas extranjeros muchas veces no lo entienden. Allá ellos. Para conocer Estados Unidos, hay que conocer toda la nación y todos sus habitantes. Ahí puede estar la clave de volver ver a Trump como presidente.

Carlos Barrera