Bueno, hala, ya nos hemos estado portando muy bien veinticinco días, aplaudiendo a los sanitarios que los irresponsables de Sanidad han abandonado a la precariedad, a los miembros de las Fuerzas de Seguridad que algunos llamaban superfluos y otros desprecian con pitos y caceroladas; aguantando que el presidente del Gobierno se nos plante los sábados al mediodía a darnos la chapa en sermones tan interminables como vacíos y mendaces.
¡Ya está bien! Nos hemos cansado de incompetencia, de frivolidad, de fraudes, de engaños, de mentiras. Nos hemos cansado de ver morir a la mejor generación de españoles sin que los suyos los puedan despedir, velar ni enterrar. Nos hemos cansado de la manipulación de los medios vendidos que, a su vez, nos venden emoción, lágrimas, sonrisas, músicos de balcón y niños grabándose en video la felicitación a su abuela y diciendo que se quedan en casa.
Nos hemos cansado de que no digan cuántos españoles han muerto de verdad; de que los test para confirmar la enfermedad sean de la Señorita Pepis y menos fiables, sin ir más lejos, que los encargados de surtirlos; de que se politice el dolor de la misma forma que se politizó la inoperancia a principios de marzo, con los resultados que hoy tenemos que lamentar.
Ha llegado el momento de pasar de los aplausitos, de los gestos ñoños (pero, eso sí, ampliamente difundidos por los ingenieros de conciencias sedadas), del buenismo que nos han vendido como postura general en beneficio de la solidaridad, de que nos hayan pretendido anestesiar la razón, la reflexión y la opinión para ocultar el sectarismo, el abuso de un estado de alarma y las políticas soviéticas que se aplican de tapadillo, para empezar a mostrar nuestro estado real en este momento.
Estamos tristes, muy tristes, porque se han muerto ya más de catorce mil quinientos cincuenta y cinco españoles; y eso solo oficialmente, porque también nos están mintiendo con eso. Estamos decepcionados porque el Gobierno que decía que no se iba a dejar a nadie atrás no solo ha permitido que murieran todas esas personas, sino que ha provocado, por dejación, por ignorancia, por incompetencia y -lo que es peor- por interés político lo que va a ser la mayor crisis económica de nuestra historia. Y estamos cabreados porque se han convencido de que somos idiotas y nos van a adormecer el criterio con bonitas palabras, enternecedores gestos y altas dosis de emoción oportunamente propagada.
Así que ya está bien. Ha llegado el momento de empezar a mostrar nuestros verdaderos sentimientos en este momento. Ya se ha celebrado la primera manifestación digital -425.000 “asistentes”- para expresar nuestro cabreo, nuestra decepción y nuestra tristeza. De momento, es lo que nos permiten las circunstancias. Se abrirán nuestras puertas y saldremos a la calle, para que nos oigan, para que sepan que, sí, hemos sido pacientes, responsables, resignados; pero no idiotas.