SEGUNDA REPÚBLICA

Por Decir Algo

Comprendo las razones de quienes consideran la monarquía como una forma de Estado anacrónica y caduca, propia de tiempos ya pasados y contrapuesta a la modernidad e incluso a la democracia. He dicho “comprendo”, porque intentar captar la lógica de razonamientos sobre temas o cuestiones contingentes como la que acabo de mencionar es algo que está al alcance de cualquiera mente normalmente estructurada, y modestamente procuro que la mía lo esté.

Casi exactamente por los mismos motivos comprendo por qué, de forma arraigada en sus principios o de manera puramente pragmática, hay otros que piensan que la monarquía en España es más útil que una república. Dejando aparte los argumentos históricos que dan ganadora por mayoría absoluta a una sobre otra a lo largo de los últimos siglos, el hecho originario de nuestro actual sistema constitucional se asienta precisamente sobre la monarquía, parlamentaria por supuesto y anclada a un rol meramente arbitral y moderador, en abierta oposición a lo que supuso la dictadura de Franco.

 

Vienen todos estos devaneos a cuenta de la reciente efeméride de los noventa años de la Segunda República: aquel 14 de abril en que España vio salir al rey Alfonso XIII e intentó construir –sin demasiada fortuna, admitámoslo– una democracia moderna sin las cortapisas de la monarquía de la Restauración. No es mi propósito entrar en el infructuoso juego de culpar a unos u otros de su fracaso, porque fracaso llamo yo a que la cosa acabara en una guerra civil, a diferencia –enorme diferencia– de la Transición de Juan Carlos I, Suárez, González, Carrillo, Fraga, y compañía. Aquel experimento duró cinco años… y tres de cruento conflicto bélico. Frente a aquella inestabilidad casi continua se ha levantado una estabilidad con sobresaltos y contradicciones, sí, pero estabilidad y paz al fin y al cabo de más de cuatro décadas. Ahí es nada.

 

Puestos a ser nostálgicos, miren ustedes, yo prefiero ser nostálgico de la Transición a nostálgico de la Segunda República. ¿Por razones generacionales? En parte sí, indudablemente, pero también y mucho por pragmatismo puro y duro. Recurriendo al argot futbolístico, me hecho resultadista. Y resulta que la épica republicana de los años treinta, ese jogo bonito del que sus panegiristas alardean, de poco sirvió. Sin embargo, el partido a partido cholista de los chusqueros de la Transición sirvió para ganar el ansiado título de la democracia. ¿Perfectible? ¡Por supuesto! Como toda obra humana, que aquí no somos dioses aunque ganas a alguno políticos no les faltan para llegar a serlo.