Mucho se está hablando estos días de la OPA (Oferta Pública de Acciones para los no tan puestos en este lenguaje económico) del BBVA sobre el Banco Sabadell. Quizás no, hay que reconocerlo, en la calle, pues al viandante medio, en general, ni le va ni le viene que estas entidades financieras se fusionen, se compren o se vendan entre sí, que mayores preocupaciones tienen en su día a día. Es comidilla de las élites económicas y políticas, y por tanto para el periodismo especializado en estos temas.
No se asusten: no voy a hablarles de esta OPA, que tampoco me interesa demasiado, he de ser honesto. Simplemente me han venido a la cabeza otras opas, las políticas y partidistas, que esas sí han estado y están a la orden del día, y nos pueden resultar más cercanas, siquiera sea porque luego, tarde o temprano (últimamente más temprano que tarde) hay que ir a votar e interesa saber quiénes son los que están en el cotarro: quiénes son, quiénes han sido y cómo han llegado aquí, por resumirlo en términos entendibles.
Ciudadanos, por ejemplo, ha sido un partido “opado”, especialmente por el Partido Popular tras la especie de suicidio colectivo en el que se empeñaron sus principales líderes. Los resultados de las elecciones varias en los últimos años así lo revelan con claridad. Lo mismo le gustaría al PP hacer con Vox, pero este es un hueso más duro de roer, como se ha demostrado en las recientes elecciones catalanas. Son más rocosos, no tan indefinidos como Ciudadanos, aunque en ciertos territorios como Galicia y el País Vasco apenas se jalan un rosco. En todo caso, la OPA de los populares está ahí, porque ven en la unión del espacio de derecha y centroderecha la única posibilidad de desbancar con holgura la coalición Frankenstein de gobierno, diseñada por el PSOE como muro de contención del supuesto neofascismo de PP y Vox.
En la izquierda, Yolanda Díaz diseñó desde el poder una OPA a Unidas Podemos y los descuajeringó con su nueva coalición Sumar. Hoy la formación de Pablo Iglesias está a punto de caer en la irrelevancia cuando apenas hace ocho años aspiraba incluso a sobrepasar al PSOE como fuerza política más votada en el Congreso. Otra cosa es que la entidad “opante” (Sumar) llegue a ser como la “opada” (Podemos), pues su falta de cohesión interna y un liderazgo más que discutido no parecen los mejores ingredientes para, valga la redundancia, sumar políticamente sino más bien para restar, y a los resultados electorales me remito. Si sigue desencantando a sus frágiles bases, el PSOE anda al acecho. La historia reciente de España está llena de episodios en los que los socialistas han rascado de partidos a su izquierda: PCE, Izquierda Unida, Podemos…
El tablero político se mueve y, aunque los partidos tradicionales se mantienen, el mercado electoral se muestra propicio a las opas, a la apropiación de espacios por parte de los partidos colindantes. Si alguien se duerme en los laureles, puede quizás despertarse y comprobar que hasta los supuestamente suyos les abandonan y se van con otra.