¡LÁRGUESE, SEÑOR IGLESIAS!

Por Decir Algo

No fue en sede parlamentaria como hace veintisiete años sino en una emisora de radio. No fue en un debate sobre el estado de la Nación sino en un debate de campaña electoral autonómica. No fueron sus protagonistas los extremos sino los que jugaban en el centro o se jugaban el centro. Pero las palabras resonaron de forma similar: del “¡Váyase, señor González!” pronunciado por el señor Aznar desde el hemiciclo del Congreso, al “¡Lárguese, señor Iglesias!” pronunciado –sus detractores dirían que vomitado– por la señora Monasterio en los micrófonos de la cadena SER. Claro que en el primer caso uno pedía al otro que abandonara el gobierno, cosa a la que el interpelado no accedió, y en el segundo se pedía que abandonase el estudio, cosa que hizo, de forma puede que planificada.

La dureza argumental y discursiva de la invitación que Aznar hizo en 1994 a González para que dimitiera como presidente del gobierno fue compatible con los principios mínimos de educación en las formas y en el lenguaje, aun dentro de la contundencia con que se expresó. González atendía y escuchaba las acusaciones, tomaba notas y luego procuró defenderse como pudo ante la avalancha retórica de un Aznar crecido. Por supuesto, nadie se fue del hemiciclo, que vivió uno de sus momentos históricos más recordados.

Por contraste, el “¡Lárguese, señor Iglesias!, aparte de utilizar un verbo coloquial poco acorde con la corrección en los modos públicos del debate político, tuvo unas claras connotaciones de erradicación del adversario político, vituperado en un estilo faltón impropio de quienes representan a los ciudadanos. Puede que la maniobra estuviese pensada y calculada por el líder de Unidas Podemos, o puede que no, pero en todo caso el tono empleado por Monasterio y los argumentos que acompañaron su puesta en escena distan y mucho de ser ejemplares. Por más que se escudara en la falta de idéntica sensibilidad por parte de Iglesias ante otras amenazas y agresiones sufridas por Vox, hay límites que en una sociedad civilizada no se deben sobrepasar. Y esto vale para todos, aunque me esté refiriendo ahora a solo un episodio.

“No le queda otra salida honorable”, le espetó razonadamente Aznar a González en aquel debate del 94, después de pedirle que se fuera, no que se largara. “Fuera del plató, que es lo que tienes que estar, y fuera de la política”, le apostilló Monasterio a Iglesias insistiendo en su acoso. Y reventó el debate, claro, cosa que en absoluto ocurrió en el célebre episodio del 94. Aznar y González eran dos señores a la vez que animales políticos, en el mejor sentido de la expresión; Monasterio e Iglesias no se han mostrado precisamente como hermanitas de la caridad y parecen más bien sabuesos políticos, en el peor sentido de la expresión.​