Ninguno de los grandes titulares que han dejado las elecciones en Cataluña puede considerarse sorprendente. Parecía que iba a ganar Illa con cierta holgura, y ha ganado. Parecía que Puigdemont iba a ser la fuerza independentista hegemónica, y lo ha sido. Parecía que Esquerra iba de mal en peor, y en efecto se ha dado un buen batacazo. Parecía que el PP iba a ascender notablemente y superar a Vox, y lo ha conseguido. Parecía que los Comuns y la CUP cotizaban a la baja, y han bajado. Parecía que Aliança Catalana entraría en el Parlament, y ha entrado.

A partir de ahí, como es lógico, hay que medir e interpretar las magnitudes numéricas en cada caso, teniendo en cuenta también –dato muy importante– la alta tasa de abstención registrada. Esta es señal de desmovilización y, haciendo números, parece que ha afectado de modo especial a las opciones independentistas, que después de muchos años, no son mayoría. En todo caso, hay que andarse con ojo, porque el independentismo no ha muerto, solo se ha desvanecido. Ha muerto el procés, que es otra cosa. Cataluña necesita un gobierno que gobierne, parecen haber dicho al alimón los votantes… y los abstencionistas.

Con la nueva correlación de fuerzas, no resulta nada fácil predecir quién va a gobernar Cataluña, que ese es el cogollo de la cuestión. Particularmente porque no se trata solo del gobierno de la comunidad autónoma sino también de cómo preservar la mayoría de investidura que permite a Pedro Sánchez seguir en el gobierno de España: una mayoría en la que están Junts y Esquerra, con intereses contrapuestos y, a la vez, con estados de ánimo bastante dispares tras la jornada del domingo.

Fórmulas hipotéticas hay varias y han salido a relucir: reedición de los tripartitos de izquierdas de antaño, gobierno de PSC-Comuns con apoyo externo de Esquerra o tirando de geometría variable; gobierno de Junts, con o sin Esquerra, pero contando con la abstención socialista. O convocatoria de nuevas elecciones si ninguna fórmula obtiene el visto bueno del Parlament. Todas tienen sus ventajas y sus inconvenientes, y exigirán mucha negociación. Ahora bien, aunque solo sea por haber vencido, la posición inicial del PSC de Illa es mejor que la de Junts de Puigdemont.

¿Y el Partido Popular? Salvador Illa lo descartó en campaña, siguiendo los pasos del “muro” que levantó Sánchez contra PP y Vox en su discurso de investidura; de ahí que parezcan contar poco en las fórmulas de gobierno, aunque una hipotética abstención suya podría facilitar las cosas al PSC. No podían sino subir, dado el desastre de su resultado anterior, y lo han hecho destacadamente, lo que les permite otear de modo más optimista el horizonte de su relevancia en Cataluña, también de cara a sumar más diputados en unas elecciones generales futuras.

La partida política a nivel nacional tiene enseguida una segunda ronda en las europeas de junio. Ahí es donde van a medir sus fuerzas PSOE y PP, en forma de encuesta real, y se verá el estado de cada uno. El PSOE no debe cometer el error de pensar que los resultados de Cataluña le catapultarán (porque España es mucho más, y distinta, que Cataluña), ni el PP pensar que el anitisanchismo es una oleada irrefrenable, porque al menos en Cataluña, de momento, la fórmula Sánchez parece haber funcionado.