Les cuento una cosa que me tiene entre divertido y preocupado: el pasado día 12 recibí el consabido mensaje de Linkedin sobre la gente que mira tu perfil. Yo siempre he pensado que ya tiene mérito mirar mi perfil cuando yo, como estoy bien, es solo un poco en escorzo. Pero bueno, miré quiénes habían sido los incautos.


Y, oye, ahí estaba la Secretaría de Estado de Comunicación de La Moncloa. Qué curioso, me dije, saben perfectamente quién soy porque he trabajado para gobiernos de España entre 1996 y 2017, con tres ministros de Agricultura y en la Secretaria de Estado de Presupuestos, como no deja de recordar la Oficina de Transparencia que, cada dos por tres, facilita mis datos, con asco de detalle, a cualquiera que pregunta por ellos.
Aparte de eso, soy apenas un escribidor por cuenta propia, con este mi blog Pasos Perdidos  y los digitales que amable (y graciosamente) recogen mis artículos, como MurciaPlaza  y El Mentor, de la Fundación Emprendedores.


Luego leo eso de la Comisión que Podemos pretende crear en el Congreso para que acudan periodistas a dar cuenta de lo que dicen, por qué lo dicen y quién se lo dice. Y entonces es cuando no sé si me divierte o me preocupa. Así que vuelvo a comprobar el correo de Linkedin y ¡toma Geroma! la Secretaría de Estado ha desaparecido: aparecen dos empresas, sin duda equivocadas de perfil, y nada más. Pero, ¡ah!, sigue poniendo que ha habido 3 interesados. Tome entonces el pantallazo que acompaña estas líneas.


Cierto que no he escrito nada sobre Pablo Iglesias y su utilización de la tarjeta de su Dina particular, aunque me están entrando ganas. Pero cierto también que, durante el Estado de Alerta soviético del Gobierno de Pedro Sánchez con la excusa de la pandemia (excusa porque se ha aprovechado para muy otras cuestiones), no me he privado de señalar sus errores, sus torpezas, sus improvisaciones, sus mentiras, todo eso que ha costado la vida a más de 40.000 españoles. Y que fui posiblemente el primer periodista que invocó, tan pronto como el 24 de marzo, la responsabilidad penal en que podría haber incurrido el Gobierno en esas muertes; y les acusé de tratarnos “Como a perros”.


No tengo nada de “conspiranóico”, ni veo fantasmas por los rincones. Narro hechos y me procuro datos, tozudos, incontestables. Pero como periodista y como ciudadano, me preocupan mucho los turbios, sucios manejos e inconfesables intenciones de quienes tienen el poder y la capacidad de coartar nuestra libertad. Tampoco me mueve un afán de notoriedad que tengo sobradamente cumplida cuándo y dónde hubo lugar y no me rentaría más que, sin ir más lejos, los artículos que suscribo.


Así que uno, con su libertad de expresión ganada donde ellos no estuvieron, en aquella Transición -que habitaban terroristas y extrema derecha violenta y militante- que ahora quieren corregir a su antojo y provecho, no tiene preocupación en absoluto por lo que firma en sus artículos, sin esconderse y a la vista de quien quiera,  pero tendrá que preguntar a Sánchez, a Iglesias, a cualquiera de sus sicarios, lo que Jesucristo a quienes acudieron a prenderle en el Huerto de los Olivos (sin pretender compararme con Nuestro Señor, por supuesto): “¿A quién buscáis?”. Porque sí, soy yo, y estoy aquí.